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Colombia



AUDIOGUÍA ETERNAS ColombiaCristina Santa Cruz




Colombia
Jorman
Óleo sobre tela
160 x 120 cm
2025
Colección Eternas
Categoría: Retrato · Imaginación · Geografía


Hay rostros que no sólo encarnan una figura, sino que alojan una nación entera en sus gestos, en su trenza, en el susurro leve de un bordado.
Esta mujer que Jorman nos presenta no tiene nombre propio: se llama Colombia.
Y en su quietud hay selva, historia, ternura y fuego.
Es la tierra hecha persona.
Es la Madre Patria, esa figura simbólica que, desde tiempos antiguos, dio rostro y forma humana a las geografías. Así como Marianne fue Francia, la Hispania romana, la Britannia imperial, o la Libertad guiando al pueblo de Delacroix fueron emblemas de cuerpos-territorio, esta mujer dulce y contenida es el alma viva de un país.

El vestido que porta —una pollera amarilla sembrada de flores diminutas y pájaros escondidos— no es sólo prenda: es campo florecido, es día de feria, es cosecha.
Cada color bordado parece contener una historia heredada: la de los telares ancestrales, la de las manos que hilvanan saberes, la de las madres que enseñan a bordar como quien transmite una oración.
El chal tejido a mano, que cubre sus hombros con hebras multicolores, recuerda las montañas bordadas por cafetales, los mercados que rebosan pigmentos, las voces cruzadas en lenguas nativas.
Y en la trenza oscura, firme, caída sobre el pecho, hay un símbolo de raíz y permanencia, de campesinas, de madres, de tiempo que se entreteje.

Detrás de ella, el fondo no es un paisaje, sino una respiración vegetal.
Las grandes hojas de plátano, frondosas, protectoras, ocupan el plano como si quisieran acunarla. Algunas frescas, otras desgarradas por el paso del tiempo —como recuerdos que han sido verdes y que ahora se marchitan sin dejar de ser parte.
En esa selva de pinceladas firmes y expresivas, Jorman nos habla no sólo de botánica: nos habla de historia, de la memoria orgánica de un pueblo que aún late en sus territorios, en su selva viva, en su selva herida, en su selva que no olvida.

La perfección de la piel —tan tersa y sutil como el pétalo de una flor silvestre— contrasta con la firmeza contenida de su postura, con las manos cruzadas al pecho, como quien guarda algo precioso.
Esa piel, tan luminosa como los amaneceres sobre los Andes cafeteros, evoca no la pasividad, sino la fuerza serena del trabajo.
La misma perfección que requiere el trazo de un pintor que respira su obra y la construye capa sobre capa —como se trabaja la tierra, como se curan las heridas, como se prepara el futuro.
Ella no mira al espectador. Su mirada se pierde hacia el horizonte, como si imaginara otro mundo. Un futuro.

Hay nostalgia, sí. Pero también esperanza.
Su gesto es el de alguien que ha aprendido a resistir en silencio, y a florecer en medio del barro.
Como las mujeres que sostienen los pueblos. Como los ríos que atraviesan las montañas y se dejan nombrar por la selva. Como el pueblo colombiano, que transforma cada herida en canto, en tejido, en abrazo.

Colombia, la obra, no retrata a una mujer. Retrata un país entero.
No ilustra: susurra.
No grita: abraza.
Y en ese silencio lleno de verdor, nos devuelve la imagen de lo que puede ser el arte cuando se convierte en espejo del alma de los pueblos.

Abril 2025

Colombia, por Jorman · Óleo sobre tela · 160 x 120 cm · 2025 · Colección Eternas
Colombia, por Jorman · Óleo sobre tela · 160 x 120 cm · 2025 · Colección Eternas



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