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Antártida

Actualizado: 1 may


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AUDIOGUÍA ETERNAS AntártidaCristina Santa Cruz









Antártida
Jorman
Óleo sobre tela
140 x 140 cm
2025
Colección Eternas
Categoría: Retrato · Imaginación · Geografía



No todos los rostros arden. Algunos brillan en el hielo.

No todos los paisajes se caminan.

Algunos se contemplan en silencio…

como quien escucha un secreto ancestral.



Hay retratos que nos miran. Y hay retratos que nos contienen.

Esta mujer de cabellos de escarcha no es una reina ni una diosa: es un continente. Es Antártida encarnada. Es la madre gélida de lo sublime. Es la piel de un lugar que no se posee, sino que se honra.

Jorman la representa con una sabiduría quieta, monumental, casi inhumana, y al mismo tiempo tan profundamente terrenal que podría ser la abuela del tiempo. Sus manos, unidas sobre su regazo como témpanos detenidos por la calma, parecen sostener siglos de silencio, pacto y supervivencia.

El blanco no es blanco: es luz suspendida.
El azul no es azul: es conciencia.
La paleta elegida no enfría: ilumina desde la hondura.
Cada pliegue de su manto se pliega también en la geografía.
Cada hebra plateada de su pelo es una tormenta de sabiduría que no necesita alzar la voz.

Jorman no pinta un paisaje: lo hace mirar. Y al hacerlo, nos obliga a preguntarnos qué sentimos ante lo sublime, qué lugar ocupamos frente a lo que no podemos dominar, y si somos capaces de cuidar lo que nos sobrepasa en tiempo, en tamaño, en silencio.

"Nada puede ser más maravilloso que esta parte del mundo. Es el escenario donde la naturaleza aún parece más grande que el hombre. Aquí, el tiempo se congela, y uno recuerda cuán efímera es nuestra historia frente a los siglos del hielo."


Abril 2025


Antártida en contexto


La Antártida es un continente sin nación, sin propiedad, sin armas, sin urbes. Y sin embargo, lleva más tiempo en el imaginario humano que muchos países en el mapa.

Desde hace más de 120 años Argentina mantiene una presencia ininterrumpida allí, sosteniendo ciencia, comunidad, cuidado. La base Orcadas, fundada el 22 de febrero de 1904, fue la primera estación científica permanente del continente. Desde entonces, se volvió patria extendida, frontera sensible, compromiso. Este cuadro es también un homenaje a esa presencia —a esos hombres y mujeres que enfrentaron la soledad blanca con bandera y afecto.

Pero la Antártida no es solo política ni clima: es también mito.

Allí viajó Edgar Allan Poe en La Narración de Arthur Gordon Pym, donde imaginó una grieta en el hielo que descendía hacia lo inexplicable.
Allí siguió Jules Verne, con La Esfinge de los Hielos, buscando dar sentido a la inquietud que el hielo eterno provoca.
Allí descendió Lovecraft, en En las Montañas de la Locura, describiendo antiguas ciudades sumidas bajo el hielo, testigos de civilizaciones previas a la memoria humana.

Jorman recoge esa herencia, y no la representa con monstruos ni naufragios, sino con una mujer de mirada fija y noble, que no necesita contar su historia: basta con que exista.


Entre los grandes aventureros que vibraron en los mares del Sur, Charles Darwin (quien no llegó a pisar el continente antártico propiamente dicho, pero sí navegó por las regiones subantárticas del sur de Sudamérica y plasmó sus observaciones principalmente en su diario de viaje del Beagle, publicado en 1839 como Viaje de un naturalista alrededor del mundo), escribió, profundamente conmovido, sobre los paisajes, el clima, la vida extrema en estas latitudes australes, y los glaciares, de los cuales definió, asombrado, como el “más grande espectáculo que ha producido la naturaleza".

Algunos años después, Thomas y Lucas Bridges, testigos del fin del mundo y guardianes de su memoria, documentaron la vida y cultura de los Selk’nam, habitantes originales de Tierra del Fuego, último puente y descanso hacia el Continente Blanco. Thomas, misionero anglicano y lingüista, fue el primer europeo en aprender y documentar la lengua yámana. A mediados del siglo XIX, fundó con su esposa Mary la Misión Ushuaia, en una región que por entonces aparecía en los mapas como el “último confín”. Allí criaron a su hijo Lucas Bridges, quien heredó no sólo el idioma de los pueblos originarios, sino su respeto profundo por la tierra, sus ciclos y sus habitantes.

En El último confín de la tierra (publicado en 1948), Lucas narra con intensidad, ternura y lucidez una aventura que no fue conquista ni civilización: fue convivencia, fue escucha, fue aprendizaje.

El pueblo selk’nam tenía la memoria entrenada hasta un grado casi increíble. Sus tradiciones eran orales, y sin embargo recordaban detalles de generaciones enteras, de mitologías y costumbres, sin deformarlos a lo largo del tiempo. Jorman, con su retrato de Antártida, parece dar rostro a esa memoria: no como archivo muerto, sino como fuerza viva que aún nos habla desde el sur blanco y vasto.

La familia Bridges vivió entre inviernos implacables, cielos infinitos, rituales sagrados y lenguas en peligro. Acompañaron nacimientos y muertes, observaron la migración de los guanacos, el canto de las aves, las danzas del ritual Hain donde los espíritus se encarnaban. Y registraron todo —no con la mirada del conquistador, sino con la del curioso humilde, en aquella Tierra del Fuego, tierra de leyenda. Pero de una leyenda real, cuya historia merecía ser contada antes de que todo se haya perdido.

En esa urgencia por contar antes de que se pierda lo esencial— vibra la misma razón por la que existen las pinturas de Eternas, por la que se escribe poesía o se emprende una expedición hacia lo desconocido. Lo que mueve al explorador del hielo, al cuentacuentos, al artista y al científico es la misma pulsión de resguardo, de reverencia y de legado.

Estos pueblos originarios creían que los elementos eran seres vivos, que el viento tenía nombre, que el hielo recordaba. Esta mujer pintada por Jorman bien podría ser su diosa más antigua. O su testigo más reciente.


Su postura evoca también a los grandes expedicionarios del arte: aquellos que viajan sin nave, con solo pinceles y espíritu. Como los Selk’nam en sus rituales Hain, donde los hombres se disfrazaban de espíritus para que los niños aprendieran los misterios del mundo adulto, esta pintura también se disfraza de retrato para enseñarnos que los paisajes también tienen alma. Y nombre. Y rostro.

Y quizás en este retrato silencioso de Antártida, esa mujer de hielo sea también una encarnación de todo lo que los Bridges quisieron preservar. Una guardiana blanca de historias que aún debemos escuchar, antes de que la escarcha lo cubra todo.

La Antártida es el único continente dedicado enteramente a la paz y la ciencia. Es el espejo congelado donde la humanidad se ve sin fronteras. En su presencia late una advertencia y una promesa: lo bello y lo frágil pueden coexistir, pero deben ser protegidos. Como esta mujer. Como esta pintura.


Abril 2025


Antártida, por Jorman · Óleo sobre tela · 140 x 140 cm · 2025 · Colección Eternas
Antártida, por Jorman · Óleo sobre tela · 140 x 140 cm · 2025 · Colección Eternas



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