top of page

Marianne

Actualizado: 23 abr


AUDIOGUÍA ETERNAS MarianneCristina Santa Cruz





Marianne
Jorman
Óleo sobre tela, 200 x 150 cm
2025
Colección Eternas
Categoría: Retrato · Imaginación · Geografía


Cuentan que un día, el viento bajó desde los cielos azules del mediodía, cruzó mares y ciudades, y adoptó la forma de una mujer.
Tenía los cabellos encendidos como el fuego de la pasión y la rebeldía, una túnica translúcida hecha de brisa y luz, y una mirada que no miraba hacia atrás: miraba siempre hacia el porvenir.
No traía espada ni corona, ni estandarte ni escudo. Sólo un susurro: “Soy Marianne” —y el mundo supo que la Libertad había tomado cuerpo.

Desde entonces, su figura recorrió los siglos. Marianne fue símbolo de Francia, de la República, del pueblo que se alzó para gritar Liberté, Égalité, Fraternité. Fue representada en monedas, en sellos, en pinturas épicas como la de Delacroix, en bustos con gorros frigios en cada ayuntamiento.

Pero aquí, en esta obra de Jorman, Marianne se libera incluso de sus propios símbolos.
No hay gorro rojo, ni lanza, ni barricadas.
Sólo el azul del cielo, el blanco del manto, y el rojo de sus cabellos. Bleu. Blanc. Rouge. Tricolor que flamea no en tela, sino en pincelada viva.
Así como la antigua Italia Turrita se coronaba de torres y simbolizaba la unidad en el rostro de una mujer protectora, así como la Hispania romana, la Germania heroica o la Britannia marinera, Marianne encarna el alma de una nación.
Pero más allá de las fronteras, su gesto trasciende. Porque esta Marianne no es sólo Francia: es la idea misma de la libertad hecha rostro humano. Y es, también, un eco de todoss quellos que supieron decir “sí” a la esperanza.

En la pintura de Jorman, Marianne flota. Su vestido no cae: se eleva. Su cabello no reposa: vuela con el viento. Y en esa brisa invisible que la rodea, se adivina el mismo aliento que impulsa las velas de los barcos migrantes, que agita banderas de conquista y de paz, que susurra himnos y canciones de cambio.

El viento que no se ve, pero se siente.
El mismo que mueve las mareas y las conciencias.
El mismo que ondea mantos liberadores y atraviesa, con su fuerza, todas las geografías del alma.


El manto de Marianne está compuesto de pinceladas abiertas, sueltas, livianas.
Cada trazo parece buscar la expansión, la fuga, el movimiento.
Es como si la libertad —ese concepto tan intangible y necesario— hubiera encontrado en el óleo una manera de hacerse materia, de volverse visible.

Su mirada, en cambio, está quieta. Serenamente fija. Pero no observa el presente: contempla lo que aún no ha llegado. Como quien sueña despierta, ve un mundo más justo, más digno, más humano. Y desde allí, desde su soledad y su firmeza, nos invita a caminar hacia él.


Así como las antiguas diosas personificaban ideas invisibles —la sabiduría, la justicia, la maternidad, la noche—, Marianne representa un valor que todos reconocemos pero pocos alcanzan plenamente: la emancipación.

Y en esta obra, libre de atributos, liberada incluso de sus propias cadenas simbólicas, es más libre que nunca.

Libre para flotar. Para alentar. Para recordar que la dignidad y la libertad no se entregan: se conquistan, se sostienen, se sueñan.

Y en ese sueño, suave como un soplo de viento cálido,
una mujer roja, blanca y azul
sigue caminando hacia adelante.

Quizás por eso, cuando la miramos, sentimos que algo se mueve en nosotros. Como si el viento entrara por la pintura y nos rozara el alma.



Hay una libertad que no se declama. No ondea en banderas ni necesita proclamas. Es la libertad íntima, creadora, la que se esconde en el temblor de una mano que busca una línea sobre el papel, en el suspiro que precede a una palabra aún no escrita, en el gesto que da origen a una pincelada.
Esa es la libertad del pintor, del poeta, del soñador que, en cada acto de creación, rompe con lo conocido para ir más allá.

Crear es liberarse. Es atravesar el espejo de lo cotidiano, dejar atrás el deber de lo útil y abrazar lo misterioso, lo bello, lo incómodo, lo visceral. Es, como decía Rilke, vivir en las preguntas, incluso si las respuestas nunca llegan.


Para Jorman, pintar es una forma de búsqueda.
No busca retratar lo que ya fue, sino aquello que apenas comienza a ser.
Sus figuras no están congeladas: parecen despertar de un sueño o a punto de convertirse en uno.
La libertad, en su obra, no es una meta: es una energía en movimiento, un río que se abre paso por entre mármoles, telas, mitos y gestos contemporáneos.
Cada cuadro de Eternas es, entonces, un instante detenido de esa pulsión inacabada.
Como quien, frente al lienzo, decide romper con todo lo aprendido para encontrar lo propio, lo verdadero.


La libertad no es sólo un derecho. Es también una tarea. Una tarea íntima, intransferible, que implica soltar lo que ya no somos para abrir espacio a lo que podríamos llegar a ser.
Es un acto de coraje. De honestidad. De profunda humanidad.

Liberarse es reconocer nuestras sombras, pero también nuestros talentos.
Es elegir con qué quedarnos y qué dejar atrás. Es mirar de frente los límites —sociales, culturales, internos— y preguntarse si no hay otra forma de vivir, de amar, de crear, de habitar el mundo.

En ese sentido, el arte no es adorno: es territorio de emancipación.
Un espacio donde lo invisible se vuelve imagen, donde lo innombrable se nombra, donde lo que fue negado se afirma con belleza.
Pintar, escribir, danzar, cantar —todo gesto creativo auténtico— es una forma de decir: aquí estoy, esto también soy.

Y quizás por eso, cuando nos detenemos frente a una figura como Marianne, con su cabello encendido y su manto en vuelo, no estamos solo ante una pintura.
Estamos ante una invitación.
A crear.
A cambiar.
A volar.


Abril 2025

Marianne, por Jorman · Óleo sobre tela · 200 x 150 cm · 2025 · Colección Eternas
Marianne, por Jorman · Óleo sobre tela · 200 x 150 cm · 2025 · Colección Eternas


JORMAN ETERNAS Marianne I ZINK Blog® I ©Cristina Santa Cruz. Todos los derechos reservados.
 
 
 

Commenti


bottom of page